“¡Ya está bien de estar enfadada!”, “Se acabó el llorar, ¡deja de estar triste!”, “¡no quiero tener miedo!, no soy un cobardica”, “no quiero estar preocupado, ¡no puedo descansar!”, “sufro cuando siento que la envidio,¡es mi amiga y la quiero!, “todo esto me duele demasiado,¡no quiero sentirlo!”.
¿Reconocemos algunos de estos imperativos? Seguro que sí. Y si no estos, otros muy semejates. Mensajes que reclaman que desaparezca una emoción en el mismísimo instante en que se lo ordenamos. ¿Alguna posibilidad de éxito en esta empresa? Dudoso. Y, además, no deberíamos empeñarnos en ello, ya que, como vamos a ver a continuación, el ser capaces de tolerar nuestros estados emocionales nos va a traer una información muy valiosa.
Veamos estas situaciones:
Dos hermanos están exultantes de alegría. Es el día de su cumpleaños y papá y mamá les han regalado una merienda y una tarde en las tirolinas con todas sus amistades.
Un padre rebosa amor. Al fin tiene en sus brazos a su hija recién nacida.
Un chico no para de gritar y de dar saltos. Él y su equipo acaban de ganar el campeonato nacional.
Una mujer se siente en paz meditando en la naturaleza.
¿Nos imaginamos exigiendo a los hermanos cumpleañeros que no estén tan alegres o al padre recomendándole no sentir tanto amor? ¿Concebimos al chico ganador diciéndose a sí mismo “mejor aparto de mí esa sensación de orgullo y reconocimento de esfuerzo y logros personales” o a la mujer que medita pensando “no puedo soportar tanta sensación de bienestar, ¡sal de mí ahora mismo!”. Nos parecería algo cercano al absurdo, ¿verdad?
Lo que queremos mostrar con estos ejemplos es que hay emociones que nos resultan placenteras y queremos que permanezcan, y otras que no nos gusta sentir y de las que tendemos a huir y a desear que pasen rápido. Esas últimas, ya las estemos sintiendo nosotros (as) o quienes nos rodean, a menudo nos crean incomodidad y molestia y no sabemos qué hacer con ellas. Pasemos a ver algunas.
El dolor
¿Hemos asumido ya que es inevitable? Es inseparable de la felicidad, como simbolizan los budistas con la flor del loto que nace del lodo: imposibles la una sin el otro. Forma parte de la vida, del desarrollo y del crecimiento. Cuando nos resistimos a él, nos oponemos a su presencia y queremos que desaparezca sin habernos dado cuenta del cambio, del aprendizaje y de la evolución que nos trae su vivencia, provocamos que surja nuestro sufrimiento.
La vergüenza
Si la ignoro, me impido contactar con aquello que me está pasando y que me hace enrojecer. Cuando un(a) niño(a) o una persona adulta sienten vergüenza, es posible que debajo del sonrojo haya miedo a la no aceptación. Es posible que exista una vocecita interna – malintencionada e insana – que me dice que no soy lo suficientemente adecuada(o), que no soy digno(a) de recibir amor y por eso quiero huir cuando alguien me dice que me quiere. Puede que me recuerde lo poca cosa que me siento y el concepto tan destructivo que tengo de mí… ¿Te atreves a explorar qué te trae a ti tu vergüenza la próxima vez que la sientas?
El miedo
Muy a menudo le tenemos miedo al miedo y nos negamos a sentirlo. Lo vivimos de manera desadaptativa, pasándonos al polo de la temeridad, la falta de cuidados y la puesta en peligro de nuestra propia supervivencia. Pensemos por ejemplo, en el/la adolescente que acepta saltar desde el balcón de un hotel o tomar drogas para no tener que escuchar a su grupo social gritarle“¡gallina!”. Existe un miedo que es muy útil. Y sentirlo, reconocerlo y permitirlo nos activa y nos protege. Por ejemplo, hay actrices consagradas que después de más de media vida en los escenarios, afirman seguir poniéndose nerviosas antes de salir a escena. Eso las ayuda a estar preparadas, a dar lo mejor de sí, a lo que vulgarmente conocemos como “no dormirnos en los laureles”.
La tristeza
Un niño(a) que muestra inquietud, que lo quiere todo y después nada le vale, que con nada se conforma, que siempre muestra insatisfacción… es una persona triste. En la infancia, la tristeza se muestra de forma diferente a como lo hace en la etapa adulta. Las que acabamos de nombrar, son solo algunas de las manifestaciones propias de la tristeza infantil. Es posible que los(as) más pequeños(as) no sepan identificar su emoción ni qué es lo que verdaderamente necesitan para superarla, así que nos toca a las personas adultas agudizar nuestros sentidos, tratar de “leer entre líneas” y explorar qué les falta y qué hay debajo de esa inatención, exceso de movimiento, dificultades para relajarse, quejas y exigencias infantiles. Qué cambio de óptica para según qué trastornos tan frecuentes últimante, ¿verdad? Y, por supuesto, nos toca a nosotros(as) conocer y sanar nuestro propio mundo emocional para poder ayudar en el cremiento de quienes están a nuestro cargo.
La rabia
Hay personas para quienes esta emoción es su estado natural. Están cómodas en sus corazas de cuerpos tensos y duros y en esta energía de alerta permanente. Debajo de estos escudos defensivos, solemos encontrar personas frágiles, que se sienten insignificantes y muy vulnerables y con mucha resistencia a sentir su propio dolor. Las personas que las rodean se convierten en potenciales enemigos de los que hay que protegerse y ven peligros allá donde miren. La hostilidad, la irritabilidad, el enfado, los ayuda a mantener esta alerta que creen que necesitan para sobrevivir. Esa vivencia trae desconfianza, conflictos, problemas de estómago, contracturas y alejamiento de las personas y de las relaciones. La vivencia positiva y el sostén de nuestro enfado nos trae todo lo que ya hemos comentado en entradas anteriores.
Como vemos, todas nuestras emociones nos aportan una información valiosa sobre cómo estamos o qué nos está pasando en cada instante. El modo en que las vivamos, las aceptemos, las gestionemos y cuáles sean nuestros comportamientos con respecto a ellas, nos va a permitir vivirlas de una manera que nos haga enfermar física o emocionalmente o de una forma que nos encamine hacia la salud y hacia una vivencia positiva y de contacto con nuestro interior y con nuestras necesidades presentes en cada momento. ¿Por qué no pruebas a dejarlas estar – a todas – y a escucharlas? Es solo una propuesta…