Febrero, mes de los corazones. Por eso hemos decidido dedicar esta entrada a reflexionar sobre este estado. Para ello, vamos a rendir homenaje a Antoine de Saint-Exupéry usando fragmentos de la maravillosa conversación entre el protagonista de la obra El Principito y su amiga la rosa. A propósito, si aún no la conoces, te la recomendamos como lectura familiar porque no tiene desperdicio.
“Querer es tomar posesión de algo, de alguien. (…) Es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes”. Esto es diferente a amar.
¿Conocemos el mito de la media naranja? Seguro que sí. Pues es importante tener muy presente que es tan solo eso… un mito. Es decir, un cuento, algo irreal. El problema viene cuando nos lo creemos a pies juntillas y nos pasamos la vida buscando a esa persona que complete las partes que nos faltan. Y en esto educamos, claro. Esta búsqueda lleva implícito que:
- Me faltan elementos. ¡Error! Absolutamente todo lo que necesito para alcanzar el gozo y la plenitud de vivir está en mí. Tan solo tengo que recogerme hacia mi interior y desempolvarme para encontrarlo y sacarlo a la luz.
- Hay alguien que completa perfectamente mi puzle, lo cual nos lleva a una búsqueda desesperada de esa pieza, confiando que estará en algún lugar del globo terráqueo. ¡No podré alcanzar la felicidad hasta que la encuentre! Y encima, este mito presupone que esa media naranja mía tiene la obligación de vincularse conmigo. Pero, ¿qué hago si se niega? ¿O si no la encuentro? En este querer surge el miedo, que es lo contrario del amor. ¡Qué agotador y frustrante pueden llegar a ser estas historias de agonía romántica! El cine venga a hacer taquilla con ellas y las personas cada vez más infelices y perdidas en esa fantasía, creyendo que el amor es sufrimiento cuando no hay nada más lejos de la realidad. El amor es gozo, libertad, escucha, respeto, plenitud y disfrute. Es el querer el que torna los vínculos exigentes, frustrantes, dependientes, decepcionantes, deshonestos, aburridos, aterradores y vacíos.
Y, relacionado con esto, un apunte muy importante que es preciso tener muy claro. Dado que los seres humanos no somos objetos inanimados, nadie nos pertenece ni somos pertenencia de nadie. Quienes pretendan justificar el amor desde los celos, la desconfianza, la dependencia, la falsa preocupación, la sobreprotección, el control y la posesión, deberían replantearse que eso que llaman “amor”, se aparta bastante del concepto que hoy nos ocupa y que, en realidad, tiene otro nombre mucho menos bondadoso y que puede llegar a ser bastante más peligroso.
“Si quiero a alguien, tengo expectativas, espero algo. Si la otra persona no me da lo que espero, sufro”. Eso tampoco es amor.
Me vuelvo exigente. Quiero que seas como yo quiero para que, de esa forma, yo pueda estar en calma y no sufrir. Eso es querer. ¿Lo relacionamos con nuestras familias? ¿Con nuestra pareja, con nuestras(os) hijas(os)? Muchas veces y aunque nos duela reconocerlo, no les permitimos ser como verdaderamente son y pretendemos que sean de otra forma: más tranquilas(os), menos tímidos(as), más cordiales, que les interesen nuestras aficiones, que tengan nuestras ideas… En definitiva, que sean más como nosotros(as). Por eso es importante mirar limpiamente a quien tenemos enfrente y ver cómo es en realidad. Eso es amar. “Cada ser humano es un universo. Amar es desear lo mejor para el otro, aun cuando tenga motivaciones muy distintas. Amar es permitir que seas feliz, aun cuando tu camino sea diferente al mío”. ¡Qué distinto sería todo si este fuera nuestro sentir cotidiano!
“Esta entrega, este darse, desinteresado, solo se da en el conocimiento. Solo podemos amar lo que conocemos, porque amar implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma. Y el alma no se indemniza. Y conocerse es justamente saber de ti, de tus alegrías, de tu paz, pero también de tus enojos, de tus luchas, de tu error. Porque el amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no es solo para momentos de alegría”.
Una persona no es ni estática, ni una sola cosa, aunque muchas pretendan serlo y estén atemorizadas de dar a conocer -y de reconocer y mirar-, esa parte menos atractiva de la que a menudo se asustan y huyen. Las fachadas son las únicas que pueden perdurar inalterables, pero son falsas y, a menudo, defensivas. Es importante conocerme en profundidad y aceptar todas mis fortalezas y debilidades. Y es igualmente importante y mi responsabilidad, mostrarme después a la otra persona, para evitar que tenga que adivinar cómo soy, para evitar que me cuelgue atributos que, en realidad, no son míos sino suyos, para que no me suba a ningún pedestal o me condene a ninguna sima. En definitiva, para establecer relaciones basadas en el conocimiento real, la honestidad, la confianza, el respeto y la aceptación. En el amar, tú muestras tu desnudez ante mí y yo te veo y acepto todas tus partes. Y, desde ahí, desde esa libertad y esa transparencia, decido quedarme a tu lado… o irme.
“Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar”.
¿Nos suena esta queja dolorida?: “¡No hay que querer tanto, que se sufre mucho!”. Muy cierta. Si quisiéramos menos y amáramos más, nos ahorraríamos muchísimo sufrimiento. No tener miedo a sentir, a regalar, a entregarme sin reservas, a mostrarme sin nada que ocultar, a marcar claramente mis límites desde el respeto hacia mí y hacia ti, a aceptar el dolor que me provoca que hoy estés y que mañana decidas partir, porque asumo que nada es permanente. Abrir el corazón al auténtico encuentro conmigo y contigo, a decir que te amo con la voz temblorosa a causa del amor y no del miedo. Ablandarme a la ternura, apoyo, sostén, caricias, abrazos, palabras de cariño y aliento, ayuda desinteresada que decides regalarme generosamente. Sentirme presencia sanadora y derrochadora de calor, comprensión, compasión, escucha, plenitud, bienestar y felicidad. ¿Te apetece probar a hacerte presente de este modo en tu vida? Pues silencia amorosamente todos los pensamientos aterrados de tu mente, sé valiente, siente tu cuerpo, respira y… ¡ama!