A veces nos sorprende observar cómo un niño que aparentemente habla perfectamente con los distintos miembros de la familia, de repente, se queda prácticamente mudo al encontrarse en un contexto comunicativo nuevo, por ejemplo, ante personas desconocidas, al inicio de la escolarización, etc.
En algunas ocasiones se piensa erróneamente que los niños quizá no hablan porque tienen dificultades en algún componente del lenguaje, y esto dificulta el uso del mismo en interacción social; esto realmente puede ser así, que una dificultad en adquisición de la correcta articulación o de la fluidez en el habla repercuta en la calidad de las emisiones. Pero la intención espontánea por comunicar es mayor, y los niños, a pesar de estas dificultades, hablan igualmente para interactuar con los demás.
Por ello, partimos de la idea de que los niños que deciden no hablar, es decir, niños con mutismo selectivo, presentan en un inicio unas competencias lingüísticas y unas habilidades comunicativas totalmente normales para su edad. Será el entorno que les rodea, las propias características personales del niño y el contexto familiar, junto con la respuesta que se le dé a su conducta desde el exterior, lo que determine que esta situación aparezca y persista en el tiempo.
Serán un cúmulo de condicionantes los que confluyan para que los síntomas sean más o menos graves: aspectos de la personalidad del niño (nivel de timidez, funcionamiento a nivel de habilidades sociales…), aspectos familiares (progenitores demasiado apegados al niño, sobreprotección), desenvolvimiento en contexto escolar (relación con sus iguales, relación con profesores…).
Debemos tener presentes que este tipo de dificultades siempre va a conllevar un cierto nivel de ansiedad; así que en la base del problema, posiblemente tengamos personalidades típicas que aprenden de alguna manera que la evitación conlleva disminución de la ansiedad.
¿Cómo actuar?
En principio observad meticulosamente el tipo de habla, las personas y los contextos en los que el niño se comunica con mayor o menor habilidad. Conviene recabar información de las personas de referencia (profesores, niños con los que se relacione, etc.).
Coordinar todas las actuaciones de intervención familia/contexto escolar. Evitar la sobreprotección, favorecer ambientes de confort pero ir exigiendo poco a poco pequeños cambios para que el niño tome más iniciativa y desenvolvimiento en sus relaciones sociales. Ir ampliando número de niños con los que se relaciona. Favorecer una buena experiencia social con niños de confianza pero no permitir que se acomode en un estilo de habla muy inhibido. Nunca reñir ni hacerle ver su dificultad como un defecto. Reforzar siempre puntos fuertes del niño y hacerle ver que es bueno en otras cosas.