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¡Abrazo fuerte!

Carmen María León Lopa

Carmen María León Lopa

“Por favor, dame un abrazo”. Pocas personas habrá tan necesitadas de afecto y amor en ese momento, como alguien que se acerca a nosotros solicitando esta muestra de cariño. Porque un abrazo no es solamente el contacto de una mayor o menor superficie corporal o una serie de beneficios (últimamente muy estudiados) en nuestro sistema inmunológico. Es algo más amplio y con más implicaciones. ¿Qué es ese más que nos ofrece un abrazo? ¿Qué significado tiene dar o recibir un abrazo? ¿Por qué hay personas que son incapaces o encuentran muchas dificultades a la hora de permitir que alguien los abrace y que suelen rechazar esta expresión de apego? Vayamos por partes.

A pesar de que demasiado a menudo tratemos de silenciarlo, nuestro cuerpo habla continuamente y con frecuencia en voz más alta que los sonidos producidos por nuestro propio aparato fonador (esos que controlamos tan bien). Para poder abrazar, es necesario que nuestro cuerpo presente cierta predisposición y un deseo real de entrega, o de lo contrario ofreceremos uno de esos abrazos tan socializados como los que solemos ver en las reuniones de negocios.

En primer lugar, ha de mostrarse en apertura. Si tenemos una postura cerrada o encorvada, es mucho más difícil recibir a alguien, pues tendremos menos puntos corporales de contacto. Por ejemplo, si nuestros hombros están inclinados hacia delante, protegiendo nuestro pecho (reflejo de nuestro temor a que alguien nos dañe), será difícil que pueda darse la unión entre los dos corazones. Si por el contrario, nuestra posición es rígida y ligeramente hacia atrás y nuestro mentón está elevado (para estar siempre pendientes de lo que se nos puede venir encima), mantendremos nuestra cabeza a una distancia lejana de la persona que se nos acerca.

Otro requisito corporal importante es que nos mostremos fluidos y lejos de la rigidez. Cuando voy a acoger a alguien, es necesario abrirle un hueco en mí, permitirle la entrada en mi espacio vital y hacer que cada parte de mi cuerpo se adapte a su volumen, a su tamaño y a sus formas. Eso significa fluir con él, escucharlo, adaptarme y encontrar un equilibrio entre sus necesidades y lo que yo quiero ofrecer. Abrazar un cuerpo envarado e tieso es como abrazar el tronco de un roble. Si estamos receptivos, entrenados, hacemos un esfuerzo y conectamos con él, podremos sentir todo el río de vida que bulle bajo la corteza y que sentimos que desea compartir con nosotros… pero si nos quedamos en las sensaciones primeras y superficiales, es más que posible que sólo recibamos dureza y pasividad.

Después de lo dicho, ¿aún nos preguntamos el por qué de esas resistencias y barreras corporales? Es posible que ya no.

¿Cuáles son los dos aspectos que implica abrazar y ser abrazado?

Por un lado, la parte de mí que abraza, hace un alarde de una entrega sin reservas. Parece decir “este soy yo. No tengo nada que ocultar ni que proteger de ti. Todo lo que tengo y todo lo que soy te lo ofrezco desde mi generosidad, mi entrega y desde mi deseo de apoyarte y regalarte mi amor sincero”. La parte de mí que es abrazada, se abandona sin temores al otro, a su sostén. Confía y está libre de miedos, dudas y rencores. Entrega sincera y abandono. Eso implica abrazar y ser abrazados.

Los bebés y los niños más pequeños saben perfectamente que no hay nada más reconfortante que el contacto físico de la piel contra la piel. Todos lo sabemos, de hecho, de ahí que tendamos a cogerlos en brazos con frecuencia y a ser pródigos en nuestras caricias y arrumacos. Ese simple gesto les infunde serenidad antes de dormir, seguridad a la hora de enfrentarse al temido examen de piano, alegría compartida por el triunfo en el partido de tenis, confianza para la lectura en público, regreso a la calma después de la aterradora visita al dentista, satisfacción por el reconocimiento de haber hecho a tiempo las tareas de plástica, orgullo de haber tenido la valentía de tirarse a la piscina a pesar de que el agua estaba fría, compasión tras haber sufrido una caída con el patinete… Al fin y al cabo, aceptación, amor incondicional y confianza en que, ocurra lo que ocurra, todo va a estar bien.

¿Por qué, si de pequeños acudimos a los abrazos para sentirnos seguros de igual forma que al flotador en la playa, lo olvidamos a medida que vamos soplando las velas de cumpleaños? Desde aquí animamos a los adultos a que se hagan las siguientes reflexiones personales:

  • ¿Qué significa para mí abrazar y ser abrazado?
  • ¿En qué momento de mi vida dejó de agradarme el contacto físico y por qué?
  • ¿Por qué me cuesta entregarme a los demás y recibirlos abiertamente?
  • ¿A qué tengo miedo?

Sabemos que no son reflexiones fáciles, que son sólo la punta del iceberg y que debajo de ellas hay toda una montaña helada (nunca mejor dicho) de bloqueos, resistencias, miedos y temores. Un consejo. No te dejes llevar por la excusa producida por tu ego que te dice “yo es que no soy de las personas a las que le gustan los abrazos. No soy de las que los necesitan” Bucea un poco más abajo, detrás de ella. No es necesario que compartas tus reflexiones con nadie, pero al menos, utilízalas para saber algo más sobre ti y acercarte a lo que realmente eres.

Tipos de abrazos y su significado

Últimamente se ha puesto de moda hacer referencia a los diferentes tipos de abrazos y a sus significados. No vamos a entrar en eso, pero… ¡vamos a jugarlos en familia! Si tu hijo es un poco reticente al contacto físico o incluso lo rechaza, el plantear el abrazo como un juego distendido en el que él pueda marcar los tiempos y las distancias puede serte de utilidad. Probad a reproducir los que se proponen a continuación y conversad sobre cuál es vuestro favorito, a quién estamos acostumbrados a ver haciendo uso de cada uno, cuál podríais utilizar en según qué situaciones, qué diferencias de sensaciones y emociones provocan unos y otros, etc. ¡Incluso podéis inventar tipos nuevos y ponerles el nombre!

  • Del peluquero: los cuerpos se juntan y se revuelve el pelo.
  • De los bailarines: las dos personas se unen y comienzan a balancearse.
  • De oso: los dos cuerpos se confunden en una amalgama de extremidades que trata de asfixiar al otro.
  • De “A”: se une la parte superior de ambos cuerpos pero las pelvis permanecen separadas.
  • De palmadas: el abrazo va acompañado de palmadas y golpes en la espalda.
  • De la abuela: el abrazo va acompañado de muchos besos cortos y repetidos en las mejillas.
  • Por la espalda: una persona es pasiva y la otra es la que rodea la espalda con sus brazos.
  • De negocios: no llega a ser un abrazo completo. Se estrechan las manos y a la vez se hace ademán de abrazar brevemente al otro (o de golpearle la espalda)
  • De levantamiento de pesos: uno abraza por la cintura y levanta al otro.
  • De limpieza: el abrazo va acompañado de frotes en la espalda como si quisiera limpiarla.
  • De barrera: al abrazar, se flexionan los codos para impedir que la otra persona se aproxime totalmente.
  • Una vez que hayáis concluido el ejercicio y si a todos os apetece… ¡acabad disfrutando de un auténtico y sincero abrazo fluido, receptivo, confiado y de corazón a corazón!

Un último apunte y una recomendación. ¿Te atreves a probarlos también en tu vida cotidiana para ver cómo te sientes y cómo se sienten los demás cuando usas cada uno de ellos? Un consejo: nunca desperdicies la oportunidad de disfrutar de un abrazo.

Tú… ¿con cuál te quedas?

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