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Ana y su don [CUENTO]

Miss Eli

Miss Eli

Con este cuento pretendo concienciar a los niños/as sobre el respeto y cuidado de los animales, así como de aquellos que se encuentran en peligro de extinción. Si les enseñamos a cuidarlos desde pequeños, muchas especies perdurarán entre nosotros durante muchos siglos más.

Cuento «Ana y su don», de Miss Eli

A Ana le encantaban los animales, y podéis decirme: «¡La mayoría de los niños los adoran!». No era solo que le gustasen muchísimo, como a todos vosotros, no, ella tenía un don. Parecía que se comunicaba con ellos y ellos la entendían. ¿Que cómo puede ser? Pues en eso consiste tener un don, en hacer algo que nadie puede comprender.

Un día, en el colegio, una arañita se coló en el aula. Sus compañeros gritaban, se subían a las sillas, se enganchaban a la profesora como el mono más trepador… Ana, sin pensarlo dos veces, en lugar de aplastarla con un pisotón, como pretendía hacer la profesora, cogió un papel, lo puso junto a la pobre araña temblorosa, que al ver a tantos niños a su alrededor tendría que estar aterrorizada, y le dijo:

―Arañita, no temas, no te voy a hacer daño, súbete aquí que yo te sacaré de esta clase llena de ruido.

El animal, que llevaba paralizado unos minutos en el mismo lugar, se subió a la hoja en cuanto la niña terminó su frase, como si realmente comprendiese sus palabras. Mientras que la transportaba, iba diciendo al resto de sus compañeros:

―¿Sabéis? Todos tenemos derecho a la vida. Quizás para ella nosotros somos unos gigantes feos, asquerosos y peludos, listos para aplastarla con nuestros enormes zapatos.

Unos la observaban con cara de: «esta está un poco tururú»; a otros los convenció, pero después volvieron a visualizar al bichejo negro que destacaba en el blanco papel y olvidaron esas dulces palabras; algunos, solo algunos, pensaron que esa niña genial y valiente tenía un don, el don de hablar con los animales. Además de un corazón tan grande que podía ver más allá de la apariencia física, porque por muy fea que a ellos les pareciese la araña, Ana veía al ser vivo, ese al que no tenemos derecho a aplastar a la mínima de cambio.

Todas las tardes, después de su jornada escolar, se acercaba a la clínica veterinaria de su tío y lo observaba curar y cuidar a muchos animales. A su clínica veterinaria no solo llegaban perros, gatos y pájaros, sino otras mascotas menos comunes como erizos, osos hormigueros y hasta serpientes.

Una tarde, una serpiente se enredó en el brazo de su tío y no quería soltarse. Al parecer, estaba nerviosa porque era la primera vez que la llevaban a una clínica veterinaria. Ana, que disfrutaba tanto de la compañía de los animales, le canturreó una melodía lenta, parecida a las nanas que cantan las mamás y los papás a los bebés. La serpiente se calmó y se desprendió del brazo. Desde entonces, cada vez que traen una serpiente a la clínica, su tío le pide que le tataree una canción cuando va a sacarla de la caja, así el pobre animal está más tranquilo y relajado.

Como ya os comenté anteriormente, era tal el don que tenía, que cuando les hablaba, parecía que los animales la comprendían, se calmaban y hacían lo que les pedía. En una ocasión, un caballo se escapó y galopaba como loco por la ciudad. Los coches le pitaban, consiguiendo asustar más aún al pobre animal, que saltaba, daba coces y miraba con ojos aterrorizados a su alrededor. Ana, con su tono de voz melodioso, comenzó a tatarear esa dulce canción que tanto calmaba a las serpientes. El caballo se paró en seco, miró a la niña y caminó hacia ella. La gente, preocupada de que le hiciese algo, trataba de apartarla, pero cuando se acercaban, ella les hacía un gesto con la mano, para que se parasen y la dejasen continuar con su tarea. El caballo, al llegar junto a ella, agachó la cabeza, aproximándola a la mano de la niña y frotando su frente contra ella, para sentir las caricias de ese ser que tanto le reconfortaba. Ana le susurró en sus pequeñas orejitas algo que nadie más pudo oír, solo su amigo y ella. El caballo la siguió, manso, hasta que llegaron a las afueras de la ciudad.

―¡Corre a la montaña, caballito lindo, disfruta de tu libertad! ―gritó la niña, alzando la voz, para que la escuchasen también aquellos que habían decidido seguirlos.

El caballo la saludó con la cabeza, giró y corrió montaña arriba, feliz de disfrutar del aire puro.

Pasaron los años y siguió salvando animales, protegiéndolos y cuidándolos. Como no podía ser de otra forma, estudió para convertirse en veterinaria, la veterinaria más querida por todos los animales. Ella sabía que no podía quedarse toda la vida en su clínica, soñaba con algo más, así que se inscribió en una asociación para la defensa de los animales en peligro de extinción y se fue a salvar a las ballenas, a los rinocerontes blancos, el tigre de Sumatra… incluso descubrió un delfín de río chino, que todos pensábamos que ya estaban extintos. Y gracias a ella y a su don de comunicarse con los animales muchas especies en peligro de extinción aún perduran.

En ocasiones, pasa por algunos colegios a enseñar a los niños a comunicarse con los animales, quizá pronto vaya al tuyo, así que ve investigando qué animales te necesitan y en cómo contribuir a su conservación. ¡Seguro que Ana estará encantada de tomarte como aprendiz y transmitirte su don!

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