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Colorines, el camaleón de las emociones [CUENTO]

Miss Eli

Miss Eli

Este cuento lo inventé para demostrar a los pequeños la importancia de expresar las emociones y de respetar a otros niños, aunque sean algo diferentes al resto. Al fin y al cabo, ningún ser es igual a otro.

Cuento «Colorines, el camaleón de las emociones», de Miss Eli

Cuando el huevo de Colorines eclosionó, se encontró en un barco, rumbo a otro país. El era de Yemen, donde los camaleones velado se tornan en mil colores dependiendo de su estado de ánimo, aunque él aún no lo sabía. No tenía una mamá junto a él, solo otros huevos que iban eclosionando a la vez que el suyo y de donde emergían otros camaleones chiquitines y de un verdor claro. Alguno que otro no se había enterado aún de que su huevo estaba roto porque seguía acurrucadito y hecho una bola. Todos sus compañeros miraban alrededor, algo perplejos, buscando a alguien que los cuidara. Durante unos días, una mano los alimentaba, pero no les daba las caricias y mimos que un bebé requiere. Cuando el barco atracó, bajaron las cajas donde se encontraban.

Casualmente, la caja de Colorines se rompió y él se encontró en el suelo, sin maderas que le impidiesen correr en libertad. Así que sin pensárselo dos veces, se adentró en una pradera cercana, verde y llena de luz. Se revolcó por la hierba, la olfateó y hasta probó alguna fruta, porque aunque todos sabemos que los camaleones se alimentan de insectos, a Colorines, como a otros camaleones de su especie, les gustaba también comer fruta.
Disfrutando estaba del sol, las flores y el paisaje cuando otro camaleón,algo diferente, se acercó a él y le dijo:

―Oye, ¿tú no cambias de color para camuflarte? ―fue una pregunta seca, sin cordialidad alguna.

―Pues no sé, no he probado ―respondió Colorines avergonzado que, como los camaleones de su especie hacen, solo cambian de color según se sientan, no por el entorno; así que comenzó a adquirir un verdor oscuro. Su color verde claro de estar a gusto se tornó en un verde militar de sentirse algo incómodo.

―Pues lo estás haciendo al contrario, antes tenías un color más parecido a la hierba, ahora se te ve a tres kilómetros―. El nuevo camaleón no se mostraba muy acogedor, así que nuestro amigo decidió despedirse educadamente y continuar con su exploración.

Colorines no terminaba de adaptarse al nuevo medio, creció como un camaleón algo solitario, no se llegaba a integrar con los otros camaleones, que lo miraban extrañados. Lo que le ocurría a Colorines es que cambiaba a colores diferentes, con tonos rojos, amarillos y naranjas si se enfadaba, verde claro cuando era feliz, verde oscuro cuando se agobiaba… y otro sinfín de colores más.

Cuando se ponía al sol, su cuerpo se mostraba lleno de unos cristalitos especiales y brillantes que reflejaban los rayos, deslumbrando a los que miraban. Cuando veía un peligro, no se camuflaba con sus colores, como hacían los camaleones de su entorno, sino que se ponía recto, de perfil e intentaba imitar a una hoja. Era tan peculiar que nadie había visto nada igual por aquellas tierras.

Un día, una camaleona común se aproximó a él, Colorines se volvió azul y morado, colores no muy habituales en él. Se encontraba algo avergonzado a ver como esta chica camaleón se acercaba a hablar con él, al que siempre tachaban de «El Rarito». Sus colores se multiplicaban, iban y venían sin poder controlarlos en absoluto. Camiamiga, la camaleona, le sonrió, quizás porque ella si comenzaba a entender esas idas y venidas de colores.

―¿Por qué no te acercas a nosotros? Somos camaleones, al igual que tú.

―Bueno ―respondió Colorines con timidez―, soy diferente.

―Solo un poco, además, tus colores son alegres, divertidos y preciosos. ¡No debes avergonzarte de ellos! ―le explico Camiamiga, deslumbrada por el centellear de los múltiples colores de Colorines al reflejo del sol.

―Intento controlarlos, pero no puedo, quizás no sea muy listo ―explicó nuestro camaleón, bajando la cabeza.

―¡Claro que lo eres! ¡Nunca vi un camaleón mostrar sus emociones como lo haces tú! Sabes, los camaleones de esta zona intentan ocultar sus sentimientos, camuflándose, pero tú no, te muestras tal y como eres. Expresas lo que sientes y eso es maravilloso― Camiamiga hablaba con tal entusiasmo, que Colorines no pudo más que sonreír, aunque nunca vi a un camaleón sonreír, seguro que lo hacen de alguna forma.

Cada día, Colorines y Camiamiga paseaban juntos y nuestro amigo expresaba y comunicaba lo que sentía en cada momento, a través de sus colores. Camiamiga estaba encantada con ese amigo que exteriorizaba sus impresiones con tanta naturalidad. Poco a poco, ella empezó a expresarse, aunque con tonos no tan llamativos, a través de sus colores. Los demás camaleones, viendo lo felices que eran los dos, comenzaron a desinhibirse, así que poco a poco, iban mostrando sus emociones a través de sus colores y a expresar sus estados de ánimo.

Un día, Colorines y Camiamiga decidieron tener sus propios camaleoncitos, cuando estos eclosionaron su huevo, no se encontraron solos, sino que tenían un papá y una mamá mostrándoles sus colores de felicidad, por lo que los pequeños, desde el principio aprendieron a expresar sus sentimientos y a comunicarse sin miedos y sin necesidad de ocultar las sensaciones que experimentaban.

Con el tiempo, Colorines formó una escuela de emociones, donde todos los camaleones, desde que salían de su huevo, iban a aprender a expresar sus emociones y a comunicarlas libremente. Desde entonces, a nuestro amigo se le llamó “Colorines, el camaleón de las emociones” y todos valoraron su peculiar cualidad.

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