Existe una antigua leyenda oriental titulada La mariposa azul que dice más o menos así:
Había una vez dos hermanas deseosas de aprender que nunca se cansaban de hacer preguntas a su padre. El pobre hombre, incapaz de dar respuestas, decidió enviarlas a vivir un tiempo con un sabio del lugar: “Él disfrutará de compañía y ellas podrán aprender de sus conocimientos”, pensó.
Así pues, las dos jóvenes se trasladaron junto al anciano, el cual contestaba a todas y cada una de las inquietudes que le planteaban las curiosas aprendices. Una noche, amabas hermanas idearon una pequeña trampa en la oscuridad de su habitación.
– Le haremos una pregunta tan tan tan difícil, que ni siquiera él será capaz de acertar la respuesta.
– ¿Y cómo haremos eso? –preguntó la otra hermana.
– Tú déjamelo a mí.
Muy temprano, la joven salió al bosque y regresó con una hermosa mariposa azul atrapada entre sus manos.
– Le pediremos que adivine si está viva o muerta. Si dice que está viva, apretaré, la mataré y entonces habrá fallado. Y si dice que está muerta, abriré la mano y la dejaré escapar volando. Así jamás acertará y nosotras podremos decir que somos más listas que él.
Convencidas, las dos pícaras hermanas fueron en busca del sabio.
– ¿Cómo está la mariposa? ¿Viva o muerta? – preguntó la joven mostrando la mano cerrada.
El hombre, sonriendo y tranquilo, no dudó un instante en contestar.
– Depende de ti. Está en tus manos.
Verano, época del año en la que solemos tener más oportunidades de relajarnos y disfrutar de algún que otro momento de reposo y desconexión de ciertas obligaciones de la vida cotidiana. Es posible que surja la reflexión y la conexión con una vocecita interior que dice: “¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Es esto verdaderamente lo que quiero? ¿Es así como quiero vivir?”. Probablemente otra voz, mucho más fuerte y rotunda, responda: “En efecto. Esta es tu vida. No puedes hacer otra cosa. Y mejor no cambiar nada, que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Esta voz que suele responder de forma tan tajante es la voz de tu ego, de tu miedo, de tu deseo de control de que nada cambie y todo permanezca inalterable. Es la voz de esa parte de ti que se desarrolló tan solo con la misión de protegerte y que, a veces, cumple su función de manera tan aterradoramente eficaz, que te impide avanzar y disfrutar de realizar todas tus pasiones y potencialidades.
La mariposa azul del cuento oriental hace referencia a nuestra propia vida. Independientemente y respetando por supuesto las creencias de cada uno, esta existencia en la que estamos es la única de la que a día de hoy tenemos conciencia y recuerdo. Y es en ella donde solemos pasamos el día apuntando a quien tenemos enfrente y culpándolo de casi todo lo que nos ocurre.
“Es culpa de mi jefe. No me sube el sueldo y, por lo tanto, no puedo tener una posición más desahogada”. ¿No será responsabilidad tuya el buscar otro trabajo si crees que la remuneración económica es insuficiente?
“Es culpa de mi pareja. Continuamente me hace enfadar. Si me quisiera de verdad, sabría tratarme como a mí me gusta, darme lo que yo necesito y discutiríamos menos”. ¿No será responsabilidad tuya el decir a tu pareja cómo te sientes y pedirle lo que necesitas, aceptando lo que quiera darte?
“Es culpa de mi hijo. No se esfuerza lo suficiente en los estudios y no para de darme disgustos”. ¿No será responsabilidad tuya escucharlo con el corazón abierto –para tratar de descubrir qué es lo que anda mal–, en lugar de obligarlo una y otra vez a sentarse delante de los libros mientras su mente está en el horror que le provoca tener que ir a un lugar donde lo están acosando?
¡Si hasta nos quejamos y culpamos al tiempo atmosférico porque “después de todo el año machacado trabajando estamos teniendo un verano demasiado fresco y no estoy pudiendo disfrutar de la playa como es debido!”. Pasamos mucho tiempo y gastamos muchas energías en hacer responsable al otro, al mundo, de lo que solo nos corresponde a cada uno de nosotros. Y esa actitud, ¿de qué modo nos favorece? ¿A dónde nos lleva? Asentimientos de culpa, rechazo, tristeza, decepción, ira u hostilidad –entre otros–. Y, ¿qué reacciones provoca? Conflicto, amenaza, contraataque, defensa, huida, indefensión, bloqueo, malestar, ruptura y separación –entre otros–. Cualquier cosa menos bienestar, calma, entendimiento, comunicación, escucha, resolución o acuerdo.
El aceptar que mi vida es solo responsabilidad mía requiere una valentía a la que normalmente no estamos acostumbrados y que raramente hemos desarrollado a lo largo de los años. Cuando un niño pequeño se golpea, es muy fácil que escuchemos al adulto regañar: “¡Silla mala!”. En ese momento el niño escucha y aprende: “¡Ah! Que la culpa de que yo me haya hecho daño es de ese objeto inanimado que, por supuesto, no se ha movido de su sitio”. Y así vamos creciendo. Otorgando al otro poder sobre nosotros. Como no podría ser de otro modo, cuando llegamos a adultos, continuamos funcionando prácticamente de la misma manera: “¡Amigo malo!”; “¡Novia mala!”; “¡Hijo malo!”; “¡Padre malo!”; “¡Compañera mala!”; “¡Sociedad mala!”; “¡Mundo malo!”; “¡Vida mala!”.
Es importante tomar conciencia de ese dedo índice que continuamente saco para apuntar al otro y empezar a dirigirlo lentamente hacia mí. O, mejor aún, bajarlo del todo, y así nos quitamos eso de apuntar a nadie con ninguna pistola. Lo que muchos hablan de “coger las riendas de nuestra vida”. El problema es que muy pocas veces sabemos dónde están ni siquiera esas riendas y menos aún hacia dónde dirigir a esos desorientados caballos. ¡Poco a poco! Son muchos años funcionando con un mismo patrón automático. No pretendamos modificarlo de la noche a la mañana. El solo hecho de tomar conciencia de que ese dedo acusador puede relajarse y dejar de apuntar hacia fuera ya es un paso de gigante. Empezar a repetirme de una manera cada vez más frecuente y con una vocecita cada vez más fuerte y segura que “yo soy el único responsable de mi vida y tengo la suficiente fortaleza como para asumir las consecuencias de mis actos”, ya es un magnífico comienzo.
Cada uno es el único responsable de su infierno y de su cielo, de su mariposa azul. Cada uno decide qué quiere hacer con ella y cómo tratarla: abrir la mano y dejarla volar en libertad o cerrarla y asfixiarla lentamente. Depende de ti si la mariposa azul vive o muere –y cómo hacer cada una de esas dos cosas–, porque está en tus manos. Depende de ti si decides pasar el noventa por ciento de los días del calendario deseando que lleguen las vacaciones y el próximo mes de agosto, asfixiado en una rutina para ti vacía y carente de entusiasmo, de luz y de sentido o si decides arriesgarte y vivir cada día desprendiendo el magnetismo que te da el hacer aquello por lo que realmente sientes pasión en la vida. ¡Menuda decisión! ¿Eh? Pues eso… ¡Tú decides!