Como individuo me preocupa la educación de los niños y las niñas para convertirlos en seres capaces de construir un mundo mejor. Como madre, me importa dar la mejor educación a mi hija para dotarla, además, de las herramientas que la hagan una persona más feliz.
No hay duda de que es fundamental su desarrollo intelectual lógico, pero sin perder de vista que esa faceta es variable dependiendo de a qué se vaya a dedicar.
Sin embargo, se dedique a lo que se dedique en un futuro, lo que es seguro es que en su vida se enfrentará de forma permanente a situaciones generadoras de emociones muy diferentes, inherentes al ser humano.
En muchos casos, tendrá que afrontar situaciones de conflicto que pueden generar pensamientos limitantes capaces de provocar consecuencias dramáticas (depresión) o actos autodestructivos (consumo de drogas o prácticas de riesgo). Si enseñamos a nuestros hijos e hijas a gestionar esas emociones, podemos prevenir muchas de estas conductas.
Se trata de lograr conocerse, valorarse, aceptar la responsabilidad individual sobre su carácter y lo que le sucede y, de paso, apreciar su capacidad para modificarlo. Se trata de establecer relaciones sanas consigo mismo y con los demás, desarrollando bienestar personal y bienestar social.
Para lograrlo, tenemos que tener en cuenta dos cosas básicas: prepararse para hacerlo, ya que de otro modo es fácil contagiar el resultado de nuestras carencias a la otra persona, y establecer una continuidad en el proceso. Si las emociones están presentes de forma permanente, su “cuidado” (como si de una planta se tratara), también debe serlo.
Cada persona es diferente, cada niño y niña también. La guía a seguir la marcan ellos y ellas y nuestra relación con ellos y ellas. Pero hemos de ser padres y madres atentos, dispuestos a observar, a escucharles y aprender con ellos/as.
El otro día, su prima vino a visitarnos. Es mayor que ella, pero la relación es muy bonita y fluida. Y ella, tenía muchísima ilusión de jugar con su prima. Quería hacerlo todo y no daba tiempo a todo, quería tenerla para ella, pero su prima también quería otras cosas. Así que aburrida y cansada de que las adultas hablaran entre ellas, salió de la habitación enfadada.
En este punto, podemos imponer un criterio egoísta del tipo “que se aguante“; uno de tipo autoritario, donde yo decido qué debes hacer con lo que sientes, del tipo “ven aquí ahora mismo, ¿qué es ese genio?”; o uno indiferente, del tipo “ya se le pasará”. Pero también podemos tomar conciencia de la vivencia y aprovecharla de forma activa:
1º Dejar espacio y algo de tiempo
Necesitamos liberar la energía que genera nuestra emoción, verbal o físicamente, ya sea con quejas, con llanto o con un desaire. Sin llegar a la ira, claro.
Si el niño o la niña cuando se enfada llega a la ira con facilidad, no podremos dejar ese espacio ni tiempo. Nos está marcando otro objetivo más urgente, que será enseñarle a canalizar adecuadamente esa rabia.
2º Ayudarle a identificar su emoción y aceptarla
Pero volvamos a nuestra historia real:
– ¿Qué te pasa?
– ¡No lo sé! No quiero enfadarme con la prima ni contigo, pero no nos va a dar tiempo a jugar si habláis tanto.
– Ya… creo que lo que te pasa es que te sientes frustrada, porque algo te impide conseguir lo que quieres, que es jugar con ella. Y eso te enfada, ¿es eso?
– ¡Pues sí! ¡Porque habláis y habláis y yo quiero que ella juegue conmigo!
– Me parece normal lo que te ocurre, pero no te preocupes, aún vamos a estar juntas mucho tiempo. Ya sabemos lo que te pasa y lo que quieres. Y saber eso es muy importante. Así que ahora vamos a pensar también en lo que ella quiere, que es jugar contigo y charlar conmigo y en lo que quiero yo, que es jugar contigo y charlar con ella. ¿A que es una suerte que queramos estar juntas y que estemos juntas?
– (Silencio).
– Pues yo creo que tenemos mucha suerte, y más si nos centramos en pasarlo bien y en todo el tiempo que nos queda para estar juntas. Las dos cosas son reales: que pasa el tiempo y aún no habéis jugado y que podemos disfrutar de estar juntas. Así que hay motivos para que estés enfadada y hay motivos para venirte con nosotras y pasarlo bien. Te dejo que lo pienses…
(Unos minutos después)
– Ya lo he pensado, ¿me dais un abrazo?
– ¡Claro!
La escucha activa desde la calma y el afecto y la implicación con algunas preguntas favorece una predisposición más receptiva a los mensajes, con los que podemos potenciar aspectos muy importantes, como el respeto a ella misma y a los demás, pero también una visión amplia de los hechos y una actitud positiva ante la vida.