“Yo no soy una persona afectuosa”. “¿Ternura? Eso es cosa de mujeres”. “Es que yo soy más bien frío, no siento la necesidad de dar besos, de tocar o de que me toquen. Soy así”.
¿Eres así? ¿O te has convertido en alguien así? Cuando eras un bebé, ¿tampoco te gustaba que te acariciaran? Porque normalmente dejabas de llorar cuando te cogían en brazos. Y cuando eras un niño y te caías en el parque, corrías hacia la seguridad del abrazo de papá para calmarte. Y cuando eras adolescente… ¡Ay! Ahí sí que empezaste a decidir que eso del tacto y de las muestras de cariño no eran para ti.
Te avergonzaba que mamá te diera un beso delante de tus amigos y mientras te apartabas bruscamente, le decías: “Déjame. Yo ya no soy un niño”. Cuando papá, en presencia de tus tíos y abuelos, te daba orgullosos golpecitos en la mejilla mientras se jactaba de cuánto estabas creciendo, te enfadabas y mascullabas entre dientes: “No vuelvas a hacer eso, que ya soy mayor”. Quien más quien menos ha vivido momentos y sensaciones parecidas.
Ahora que recordamos estas situaciones, caemos en la cuenta de algo. Nuestra excusa para rechazar las muestras de afecto era que ya éramos mayores para eso. ¿Por qué esa referencia a la edad?¿No será que los niños observan que entre la mayoría de los adultos, las expresiones de apego -tristemente y a menudo- brillan por su ausencia? Y no hablamos de las acciones de carácter sexual que se dan en los vínculos de este tipo, hablamos de las manifestaciones que puedan existir entre dos amigos, entre vecinos, entre los diferentes miembros de la familia, entre compañeros…
Con el paso de los años vamos aprendiendo que nuestro corazón no importa. Tendemos a relegar las emociones –y, con ellas, todas las asociadas al amor- a un segundo plano y por detrás de la mente. Nos da miedo, vergüenza expresarlas y bloqueamos los gestos expresivos de nuestro cuerpo. Nos convertimos en autómatas duros y fríos que se protegen, que se niegan a mostrar su ternura y que pretenden no entender de sentimientos ni de cariños.
Reflexiona: ¿Te resulta casi imposible permanecer más de diez segundos abrazado a otra persona -incluida tu propia pareja, en muchas ocasiones- sin desear huir de ese tipo de contacto? ¿Por qué? Si alguien de confianza te hace un regalo material, es posible que no dudes en aceptarlo y agradecerlo. ¿Qué te ocurre cuando alguien te regala su afecto con un beso, con una mirada, con una caricia…? ¿Por qué no eres capaz de acogerlo en ti, disfrutarlo y devolverle simple y llanamente gratitud?
El origen de la creencia de que las muestras de cariño están reservadas a los niños y a la intimidad de los enamorados puede deberse a muchas razonas que sobrepasarían con creces la extensión de esta entrada. Comentaremos algunas de ellas y te animamos a que tú, en un momento de silencio, recapacites sobre las tuyas propias.
- Tal vez de pequeño no tuviste la oportunidad de aprender las bondades del cariño directamente desde tus cuidadores. Es posible que los adultos que te educaron fueran más bien fríos afectivamente hablando. ¿Y ahora? ¿Estás reproduciendo en tu vida, con aquellos que te rodean, ese mismo modelo? ¡No te preocupes! Puedes cambiarlo si lo deseas. Tan solo deja de repetirte una y otra vez la justificación de que “tú no necesitas el cariño de nadie” y disfruta de lo que te dan los demás. Es posible que ahora mismo no sepas muy bien cómo recibirlo o cómo devolverlo. No importa. Disfruta de los regalos que te ofrecen aquellos que te aman y el resto… ¡ya vendrá!
- Es posible que de niño te recuerdes como alguien muy sensible y herido y no hallaste otra opción que protegerte para no sufrir. Comenzaste a auto engañarte, convenciéndote de que la ternura no era para ti, que eso era cosas de personas débiles y te escondiste tras la coraza del distanciamiento. ¡No tengas miedo! La vida no es un videojuego de zombies donde aparecen enemigos por todas partes. Deja tu armadura a un lado y respira cuando alguien coja tus manos entre las suyas y te diga sinceramente lo importante que eres para ella. ¡Es mágico y un momento así no tiene precio!
- Igual en la infancia sentías que te abrumaban las expresiones de cariño de quienes te rodeaban y que tus emociones eran menos intensas que las de la mayoría. Aprendiste a refugiarte de los demás aislándote. Como consecuencia de que tú no eras cariñoso –o eso empezaron a decirte y tú lo asumiste sin dudarlo–, los demás también dejaron de serlo y así se cerró el círculo que te lleva ahora a huir de los momentos de tu vida en los que se cruza una muestra de expresión emocional más profunda y verdadera. ¡Deja de escabullirte! Sal de tu cueva y sé generoso con los demás. Tal vez tú no necesites ese beso al llegar a casa después del trabajo, pero tal vez tu pareja sí. Es posible que para ti no signifique demasiado el acariciar a tu hijo al acostarlo, pero tal vez para él, ese contacto puede convertirse en el momento más esperado del día… Piensa menos, disfruta más y deja de analizar tanto la vida para empezar a vivirla.
Y antes de terminar… nos permitimos el lujo de rizar el rizo y relacionar todo lo comentado anteriormente con el Día del Padre.
En numerosas ocasiones nos quejamos de que los niños dan más valor a los detalles de carácter comercial –el móvil último modelo que ha salido al mercado- que a una muestra de afecto salida directamente desde un profundo y sincero sentimiento –como por ejemplo pasar una tarde juntos escuchando la música de sus grupos favoritos–. Pero llega el 19 de marzo y parece que nos sentimos obligados a mostrar nuestro afecto de hijos con objetos que se pueden comprar con dinero. Cuanto más caro sea el regalo que hagamos, parece que más cariño encierra. ¿Vemos que somos modelos de nuestros hijos y que ellos están continuamente observándonos? ¿No será que los adultos estamos transmitiendo el mensaje de que, para decirle a mi padre cuánto lo quiero, tengo que comprar la corbata de mejor seda? Y, sin embargo, se nos llenan los ojos de lágrimas con las sencillas manualidades de los benjamines de la casa… Tal vez porque ese trozo de barro decorado con su pequeña huella contiene más ilusión y amor sincero que el cinturón de piel o el perfume más caro. ¿No será que un mirar a los ojos y un decir te quiero nos conmueve más el corazón que un paquete enorme con la etiqueta de unos grandes almacenes? ¿No será que, en verdad y llegados a este punto, nos damos cuenta de que nos sentimos faltos de recibir muestras de cariño?
Te animamos a reflexionar solo un poco y a experimentar un mucho sobre todo esto. Desconectar un poco la mente, no sentir temor o vergüenza a actuar movidos por los impulsos de nuestro corazón, expresar con sinceridad a quienes queremos lo importante que son para nosotros… son buenas prácticas que a menudo nos sacan de más de una situación peliaguda y nos reportan numerosos momentos gratificantes. Puedes comenzar ahora mismo si te apetece. Y, una última propuesta. No uses solo la palabra para expresarte. Usa tus ojos, tus manos, tus labios, tu piel… ¡tienes suerte de tener todo un cuerpo del que gozar! Anímate y no desperdicies ni un solo beso, caricia o gesto de amor.