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Las herramientas del amor

Cuidar de uno mismo
Carmen María León Lopa

Carmen María León Lopa

El amor es un estado que no se puede conseguir o provocar, sino más bien es algo que sucede y que traemos en nuestro interior desde que nacemos. Lo traemos de serie.

Pero no es algo que esté fuera o que pueda obtenerse del exterior, sino que es algo que está en nuestro interior y que, a menos que lo descubramos, nos pasaremos la vida como seres desdichados mendigándolo a todas las personas que nos rodean, ya sean parejas, hijos/as o amistades.

Nos ataremos a una pareja para que nos lo dé. Convertiremos a nuestros hijos y a nuestras hijas en el centro de nuestra felicidad. ¡Menuda carga y sufrimiento para ambas partes! Exigiremos a nuestras amistades especialidad y muestras de atención constantes. Buscaremos, buscaremos y buscaremos fuera. Desconfiaremos del amor, no seremos capaces de encontrarlo en nada ni en nadie, seremos ciegos/as a su brillo, jamás tendremos suficiente y concluiremos que es un sueño solo al alcance de muy pocos/as. O incluso afirmaremos tajantemente que no existe.

Correcto eso de que somos incapaces de reconocer el amor, porque donde normalmente nos movemos es en el querer, en ese algo que va de fuera hacia dentro, mientras que el flujo del amor es algo que nace en el interior y se desborda hacia lo que nos rodea.

Muy bien, a lo práctico. ¿Y si es algo que está en mi interior, que es seguro que lo tengo? ¿Cómo puedo arrancar toda la mala hierba de mitos, miedos y creencias dañinas, erróneas e incapacitantes y sacarlo de nuevo a la luz?

Gerardo Schmedling, pedagogo y filósofo colombiano, nos da algunas herramientas para desarrollarlo:

Aceptación

Estar en lucha con las demás personas y con la vida no es más que una evidencia de nuestra propia batalla interna. Las exigencias, los juicios, las críticas, y, en definitiva, la manera en la que nos comunicamos y nos relacionamos, no son más que el reflejo de cómo nos comunicamos y nos relacionamos con nosotros/as mismos/as. Cuando nos permitimos reconocer y acoger nuestros gozos y nuestras sombras, aceptamos a quienes nos rodean y las relaciones son mucho más fluidas y respetuosas. De la misma manera, aceptamos lo que la vida nos trae. Una reflexión muy sencilla: por más que nos enfademos, sublevemos o quejemos sobre lo que nos toca vivir, ¿cambian las circunstancias externas? La mayoría de las veces, no. Lo que sí cambia enormemente es nuestro estado interno si las vivimos desde la aceptación.

Actuación

Aceptar no significa quedarnos en el sofá a verlas venir. Pero tampoco significa reaccionar como si se nos activase un resorte automático –que es como hacemos normalmente– cuando ocurre algo que nos afecta. Actuar significa poner consciencia a lo que está ocurriendo en nuestro interior y dejarnos un pequeño espacio para poder escuchar lo que nos dice nuestro cuerpo, observar nuestros pensamientos y emociones, conectarlo todo, darle coherencia y poder decidir con serenidad y libertad qué es lo que deseamos hacer. Esa es la libertad de acción. Cuando reaccionamos a lo externo, aunque queramos auto engañarnos, no estamos actuando con libertad, sino dejándonos llevar por patrones automáticos adquiridos en la infancia y que son completamente inconscientes la mayoría de las veces.

Adaptación

Desde la aceptación podemos actuar para adaptarnos de la manera más saludable y equilibrada posible al momento de vida en el que estamos y a las situaciones que nos toca vivir. Esto es diferente a la resignación. En la resignación hay indefensión y pasividad. En la adaptación hay un componente de proactividad y una claridad que nos lleva a actuar y a responsabilizarnos con madurez de nuestras decisiones. El error es tan solo una experiencia de aprendizaje. Y teniendo en cuenta esta visión, me doy permiso para, según las consecuencias, gratificarme o decir que lo siento y rectificar.

Agradecimiento

¿Cuántas veces nos tomamos un solo instante para reconocer –en voz alta o en voz baja – todo aquello por lo que podríamos sentir agradecimiento? Y no hablamos solo de bienes materiales, comodidades, logros alcanzados o circunstancias maravillosas. Hablamos de aquellas situaciones que traen como protagonistas al dolor, al miedo o a la tristeza. Todo lo que nos ocurre son experiencias potenciales de aprendizaje, si deseamos aprovecharlas. Y no nos estamos refiriendo a la moda del positivismo extremo, inconsciente y de boquilla, sino a una ausencia de lucha ante lo que nos ocurre, a un rendirse a que las circunstancias son lo que son y que normalmente no podemos cambiarlas. A un reconocimiento de que el control es tan solo una fantasía ilusoria.

Asunción de responsabilidades

No culpamos, no señalamos con el dedo y, de esta manera, nos alejamos del rencor y del resentimiento que tanto perjudican a las relaciones y que tanto nos apartan del amor y del respeto. Nadie puede dañar a nadie, de la misma manera que nadie puede hacer feliz a nadie. Lamentamos hacer esta afirmación. Al igual que el amor, la felicidad es algo que sucede en nuestro interior… si dejamos que suceda. Somos nosotros/as mismos/as quienes nos dañamos con las interpretaciones que hacemos de lo que nos ocurre o de lo que los demás hacen o dicen. Esto no quiere decir que la otra persona no tenga también su parte de responsabilidad, ya que el vínculo se crea entre dos. Pero ante el conflicto, no existe culpa, sino escucha, aceptación y responsabilidad. Porque si tú has hecho algo, seguramente yo lo he permitido, o he dejado de hacer algo para evitarlo y cuidarme, o no he sabido marcarte un límite claro, o… Dejamos de señalar hacia fuera y volvemos el dedo acusador hacia el centro de nuestro pecho, hacia nuestro corazón.

Respeto

Las diferencias nos enriquecen. Eso sí, cuando somos lo suficientemente valientes y capaces de comprender que no existe una verdad ni una realidad única. Cada persona tiene su propia verdad y su propia realidad. Es una muestra de fortaleza, de autoconocimiento y de sabiduría, no necesitar tener razón o convencer a los/as demás de nuestra opinión o de nuestras ideas. ¿Para qué esas discusiones –a veces con finales más o menos trágicos – buscando imponer nuestra opinión? ¿Para intimidar y sentirnos más fuertes? ¿Para hallar aliados/a o aprobación? ¿Para afirmarnos, a costa de la humillación del otro/a? ¿De nuevo intentando encontrar nuestro poder fuera?

Valoración

En la infancia necesitamos la valoración y validación de las personas adultas porque estamos empezando a descubrir el mundo y cómo somos – o cómo tenemos que ser– para que nos quieran… Pero una vez que crecemos, es necesario que la valoración surja, como todo, desde dentro. Si esto ocurre, seremos capaces de apreciar lo que nos rodea: personas, acontecimientos, vida. Comprenderemos que, valorando lo que tenemos o hacemos en cada momento, sea lo que sea, podemos obtener estados de calma, equilibrio y armonía en nuestras vidas en lugar de enfermedad, dolor, desasosiego y sufrimiento. Es posible que nunca relacionáramos ninguna de estas herramientas como instrumentos para dejar aflorar el amor. Te invitamos a que lo pruebes y a que verifiques cómo cambian tu vida y tus relaciones. Pero, ya sabes… ¡Solo si te apetece!

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