Este cuento lo inventé para que los niños dejen de ofenderse con motes o etiquetas despectivas. Es un tipo de Bullying que hay que erradicar del colegio y, para ello, qué mejor manera que comenzar desde pequeños, usando cuentos sencillos que les ayuden a ponerse en el lugar del otro.
Cuento «Luis ‘Bola de Sebo’ y Pedrín ‘Palillo de Dientes'»
Luis lloraba desconsoladamente en una esquina del patio del recreo. Cuando se calmó un poco, pudo oír a otro niño gimoteando cerca de él. Era un chico delgado y bajito. El volumen del quejido era más suave que el suyo, parecía un susurro. Estaba sentado junto al lado de la pared, con la cabeza hundida entre las rodillas.
Se acercó un poco a él y le preguntó:
—¿Por qué lloras?
—¡Por nada! —le respondió entre sollozos y algo malhumorado ese chico menudo.
—Yo también lloraba y no es por nada, la verdad. Me alegra que tú no tengas motivos, es menos triste —le aclaró Luis.
—¿También llorabas? —se interesó el chico, secándose sus lágrimas—. Yo soy Pedrín, lloraba porque unos niños de mi clase me llaman: “Pedrín, Palillo de Dientes”… ¡Soy tan delgado que se ríen de mi!
—¡Eso te llaman! —exclamó Luis—. A mi también me han puesto un mote, me dicen “Luis, Bola de Sebo”. Como ves, estoy un poco gordito y soy algo torpe.
—¡Pues a mi me gustaría ser tú! —le aseguró Pedrín—. Eres un niño grande y fuerte. ¡Me podría defender!
—Es que a mi no me gusta pegar a nadie. Preferiría ser tú, que se ve que eres ligero como una pluma y puedes correr como el viento y no oír las tonterías de los demás. ¡Qué pena que no podamos cambiarnos!
Los dos niños comenzaron a reír y a olvidarse de los problemas de clase. Cada día en el recreo se contaban sus aventuras y jugaban juntos. Aún así, Luis quería ser un poco más delgado, para sentirse más ágil y menos patoso y Pedrín coger unos kilitos y ser algo más fuerte, como su amigo. Así que decidieron compartir su comida del recreo. Los papás de Luis le habían puesto unas galletas de chocolate y caramelo. Los papás de Pedrín, en cambio, le habían mandado arándanos en una cajita.
—¿Qué son esas bolitas azules? —preguntó Luis—. ¿Eso se come?
—¡Claro que si! —respondió Pedrín con una sonrisa—. Son arándanos. Mis padres dicen que son muy sanos y que me ayudan a concentrarme y recordar lo aprendido. ¿Quieres probarlos?
A Luis no le gustaba mucho la fruta. En realidad, no había probado mucha, así que con un poco de recelo, cogió una de esas “bolitas” extrañas, se la metió en la boca y exclamó:
—¡Oye, qué ricos estos arándanos! ¿Me das otro, porfi? —el rostro se le iluminó mientras los comía—. Toma, coge alguna de mis galletas.
Luis y Pedrín comenzaron a compartir su comida. Pedrín le explicó a Luis que si quería moverse con más agilidad tendría que comer más fruta y verdura. Por contra, Luis le dijo a Pedrín que debía que comer un poco más si quería estar algo más fuerte.
—¡Es que me aburro comiendo! —protestó Pedrín—. Bueno, si tú haces el esfuerzo, yo lo haré también. Pensaré en ti cuando no quiera comer más y me imaginaré que estás a mi lado diciendo: «¡Ánimo, Pedrín, tú puedes!». Me será más fácil dar unos bocados más.
Eso hicieron los dos chicos, cada uno pensaba en el otro a la hora de la comida. Así, Luis empezó a probar las ricas fresas; el mango, que le pareció una fruta diferente; el plátano, la fruta preferida de muchos niños, y el tomate. Este último le gustaba un poco menos, pero mejoraba cuando mamá le añadía sal y aceite de oliva. Pedrín, acostumbrado a dar dos cucharadas y cansarse, comenzó a comerse, al menos, la mitad de lo que había en el plato. Más adelante comió algo más… hasta que un día se lo terminó todo.
En el cole, todos se olvidaron de esos feos nombres que usaban para referirse a ellos al principio, ya que Luis se iba convirtiendo en un chico fuertote que jugaba con mucha más agilidad a cualquier deporte, y Pedrín en un niño atlético, con unos coloretes sonrosados en sus mejillas que daban a entender que rebosaba salud y energía.
Eso sí, cuando veían que algún chico insultaba a otro, nadie mejor que ellos sabía lo que podía estar sufriendo, así que lo defendían y lo ayudaban a sentirse mejor. Y tú, que conoces ahora la historia de estos dos chicos, aprende a respetar a todos los niños. A nadie le gusta que le pongan motes despectivos, respeta y ayuda a aquellos compañeros que pueden ser algo diferentes a ti, pero se merecen ser respetados, al igual que tú.