Decía una estrofa de un villancico que yo solía cantar en el colegio:
“Queridos Reyes Magos soy un chico español
que os escribe desde el patio del colegio.
Este año os quiero pedir un ordenador personal,
a ser posible como el de papá.
También os quiero pedir un vídeo juego en color.
No os olvidéis de nada.
Lo quiero todo.
Lo quiero todo para poder ser feliz”
Lo quiero todo para poder ser feliz. Una frase verdaderamente escalofriante, ¿verdad? Lo quiero TODO para poder FELIZ… “¡Qué barbaridad!”, seguro que estáis pensando muchos de vosotros. “¡Los niños de hoy en día no se conforman con nada! Deberías ver la carta que ha escrito mi hijo a los Reyes Magos. ¡Ha pedido todos los juguetes de la tienda!”. “Pues tendrá que contentarse con dos o tres nada más… ¡hay que aprender a valorar las cosas! No puede tenerse todo en la vida”.
Probablemente muchos lectores se han sentido más o menos identificados con estas líneas y están viviendo en sus casas situaciones similares. No puede tenerse todo en la vida… Lo quieren todo, nunca tienen suficiente… Qué niños estos, ¿eh? Insaciables, ávidos de bienes materiales, buscando la felicidad y la gratificación en objetos que se adquieren con dinero, queriendo más, más y más y sin tener nunca bastante, recibiendo un nuevo regalo y olvidándolo al momento para querer inmediatamente otro más nuevo, más moderno, más caro, sintiendo que lo que tiene el otro es siempre mejor y más valioso que lo suyo, sufriendo y frustrándose inmediatamente después de conseguir algo que llevaban largo tiempo anhelando…
¡Oh! ¡Perdón! Pero… ¿estábamos hablando de los niños o de los adultos? Llegadas estas fechas, los niños piden mil y un juguetes, pero… ¿cómo nos comportamos los adultos durante todo el año? ¿Acaso nuestro modo de hacerlo es bastante similar al de los más pequeños de la casa? Los niños piden juguetes para propiciar momentos de felicidad, pero… ¿no hacemos los adultos algo semejante? Cuando nace un bebé y la familia dice “necesitamos un coche más grande”, ¿acaso no estamos usando la excusa del recién nacido para gratificarnos con un bien material? Cuando decimos “necesito un jersey rojo”, ¿realmente lo necesitamos? ¿Vamos desnudos por la calle, sin nada que ponernos en el cuerpo? ¿O probablemente abramos el armario y nos encontremos con varios chalecos azules, verdes y negros que tienen la misma funcionalidad que el colorado?
Los niños son tan solo el reflejo de la sociedad que mantenemos los adultos. A pesar de tener su estructura base de personalidad, nuestros hijos aprenden continuamente de los modelos que son sus mayores. Los adultos hemos creado una sociedad de falsas necesidades en la que vendemos que, cuantos más bienes materiales poseamos, más próximos estaremos de encontrar la felicidad. No hay más que prestar atención unos segundos a la publicidad. Buscamos suplir con elementos externos el vacío que sentimos a menudo en nuestro interior y nos frustramos cuando no lo logramos. Nuestra cultura no nos enseña que lo que verdaderamente necesitamos para ser felices es algo tan sencillo como conocernos a nosotros mismos, mantener este contacto tan personal en todo momento, gozar de la paz y la serenidad que proporcionan esa conciencia, y, desde ahí, abrirnos con honestidad al otro, al resto de seres que nos rodean, a la naturaleza, al mundo…. Qué poco (¡y qué barato!), ¿verdad? ¡Y cuánto…!
Desde muy pequeños nos incluimos en un sistema educativo preocupado por estimular el cerebro. Fijémonos en las asignaturas y en la manera de impartirlas. ¿Se invita al niño a descubrir por sí mismo los conceptos o se lo sienta en una silla a escuchar lo que el profesorado tiene que contarle? ¿Se estimula la creatividad y la reflexión o se hace especial hincapié en la memorización y en el escaso cuestionamiento? ¿Se imparten el mismo número de horas lectivas dedicadas a trabajar la expresión del mundo emocional a través del arte – poesía, pintura, danza… – o se dedican más esfuerzos y un número bastante mayor de manuales a las matemáticas o al conocimiento del medio? Todos sabemos la respuesta. No vamos a detenernos en si el modelo de sistema educativo existente es mejor o peor, no estamos juzgándolo. Eso no nos interesa. Simplemente decimos que una determinada educación dará como resultado un determinado modelo de persona (que, no nos olvidemos, pasará a formar parte de la sociedad, ese concepto abstracto al que recurrimos con frecuencia para culpar de tantas cosas…).
Qué tiene esto que ver con los Reyes Magos, se estarán preguntando algunos. El cerebro tiene que ver con las cosas materiales, con los avances tecnológicos, con la economía. Entiende de productividad y de insatisfacción. En cambio, el corazón, tiene que ver con las emociones, con la creación, con la intuición. Entiende de creatividad y de disfrute.
Crecemos desarrollando el centro intelectual por encima de los demás – el emocional o el instintivo – y esto provoca un desequilibrio en la persona. Desde que empezamos a hablar, aprendemos que lo importante es tener más. De lo que sea, pero más. Más contactos (hay personas orgullosísimas de la cantidad de amigos que tienen en las redes sociales. ¡Cómo se ha deteriorado el sentido de la amistad en nuestros días!), más dinero, más éxito… Acumular. La calidad no importa, lo que importa es la cantidad.
Nuestro ego es insaciable y se construye buscando el placer a través de objetos tangibles y nos autoengañamos creyendo que cuando consigamos un coche más rápido – o el Star Wars Dron Halcón Milenario; una casa con más vistas – o el intercomunicador de Lady Bug; una cena en el restaurante de este o de aquel cocinero que aparece por la televisión – o el patín eléctrico Scooter H1 que tiene mi amigo… vamos a estar un poquito más cerca de la felicidad.
¡Vaya! ¡Qué sorpresa! Una vez más, los niños y los adultos no somos tan diferentes. Insistimos en que ellos son nuestros pequeños maestros y si estamos dispuestos a escucharlos, nos devuelven una información valiosísima sobre nosotros mismos y sobre cómo funcionamos en nuestro día a día.
Llegados a este punto, hasta podría resultar algo deshonesto esperar que nuestros hijos se conformen con menos juguetes que con la tienda entera. ¡Los adultos – sus referentes, sus educadores – nos movemos por la vida de la misma forma!
Como hemos comentado en otras ocasiones: no puedo dar lo que no tengo. No puedo enseñar a mi hijo el valor de las cosas inmateriales sobre las materiales cuando yo mismo le doy el móvil (de última generación, por supuesto, no puedo ser menos que el resto de mis compañeros de oficina, esos que, encima, ganan menos que yo…) para que se entretenga en lugar de tratar de incluirlo en la conversación mientras cenamos en un restaurante. No puedo enseñarle la grandeza de prestar atención a la intuición, a lo que te dice tu corazón, cuando el único faro en mi vida es mi cabeza y mi sistema de creencias repleto de pensamientos antiguos y automáticos.
No solemos permitir que nuestra mente descanse (prometemos una entrada para aprender algunos sencillos ejercicios sobre cómo darle reposo) y, por consiguiente, ella tampoco nos deja descansar a nosotros y nos lleva de un lado a otro corriendo en pos de nuevas adquisiciones y alejándonos de aquellas otras gratificaciones que son mucho más verdaderas y más profundas. Es imposible – y, ¿por qué no decirlo?, un poco incongruente -, tratar que nuestros hijos aprendan que no necesitan prácticamente nada para ser felices, si nosotros mismos no somos capaces de hacerlo y vivimos frustrados, ansiosos y con miedo a no tener nunca suficiente. No podemos pretender que ellos aprendan el desapego si nosotros vivimos fuertemente apegados tanto a bienes materiales como a personas.
Ejercicio práctico
Para finalizar, vamos a proponer un ejercicio que puedes llevar a cabo con tu hijo y que tan solo necesita un sencillo objeto que se compra con muy poco dinero (así enfrentamos el miedo de salirnos demasiado bruscamente del sistema económico en el que sobrevivimos): plastilinas de colores. En una primera parte, ambos llevaréis a cabo una pequeña práctica de mindfulness que os ayudará a relajaros y a tomar conciencia del momento presente. A continuación, disfrutaréis de la creatividad modelando.
Pasos a seguir:
- Pasead juntos hasta un parque y, mientras camináis, hablad sobre cómo os sentís en ese momento. Ten en cuenta que esta actividad comienza desde el mismo momento en el que tu hijo y tú comenzáis a caminar de manera consciente hacia el parque. Cuando lleguéis, sentaros sobre la hierba con las piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas y la espalda recta, evitando cualquier tensión. Cerrad los ojos y respirad suave y profundamente.
- Prestad atención a todos los sonidos de la naturaleza que os rodean: pájaros, fuentes, el viento entre las hojas de los árboles, pisadas, etc. Dejaos llevar por ellos y tratad de disfrutarlos y de relajaros.
- Inspirad con suavidad, sintiendo cómo una luz brillante entra por la parte superior de la cabeza y llega hasta el centro del pecho, para estallar después en un arco iris de colores que va a llegar a todas las partes del cuerpo. Permaneced haciendo este tipo de respiración todo el tiempo que deseéis.
- Abrid los ojos y coged la plastilina. Dadle forma mientras contempláis la naturaleza que os rodea. Tratad de no pensar demasiado. Cread lo que os surja en ese momento. Después, si os apetece, podéis explicar lo que habéis modelado. Si no, retened simplemente la sensación de disfrute.
Cuando vayáis de camino de regreso, reflexionad sobre lo placentera que ha sido la actividad. Ayuda a tu hijo a que sea consciente de las sensaciones corporales que está sintiendo en ese momento y anímalo a complacerse con ellas. Juntos, procurad ver lo poco que en realidad se necesita para tener un hermoso momento de felicidad individual compartida en familia…