Este cuento nace del recuerdo, del sentir verdadero y profundo y, al mismo tiempo, se presenta como un homenaje a Ángela, un ser real que, por arte de la ficción, ha pasado a simbolizar el mundo de quienes, aún abandonándonos demasiado pronto, quedaron en la memoria gratamente. Pero este ángel-niña representa algo más: el mundo de la infancia, con su inocencia y su esperanza, frente al mundo de los adultos, a veces, cruel y sin sentido.
Así, esta historia es un acicate, por un lado, para abrir una ventana a esa esperanza que nunca debe perderse y, desde ahí seguir manteniendo vivos, en la cabeza y el corazón, los ángeles que, un día, nos sonrieron en la vida y nos arroparon en nuestros sueños; por otro, para plantear una reflexión serena y tierna sobre la muerte y otros sinsabores, dificultades o adversidades que, en la vida y en un mundo tan exigente, enfrentado y complejo, nos exijan un saber ser y un saber hacer que no conviertan en seres más fuertes y mejores.